viernes, 5 de septiembre de 2014

Psicosis

A penas desperté, escuché sus gritos desde el cuarto de baño. Cegada aún por la intensa luz matutina, me puse en pie rápidamente. Estaba en el suelo con la cabeza entre las rodillas sollozando y murmurando algo apenas audible.
—Ésta no es mi mano —soltó en cuanto notó mi presencia.
— ¿De qué rayos hablas? —dije extrañada —Eso no tiene sentido.
—Es la de alguien más. Seguro durante la noche me la cambiaron. —afirmaba —¡me dieron la de otra persona!
—Claro que es tu mano. ¡Estás loco!
Pero tras darle un vistazo de cerca y después de escucharlo tan convencido, no me quedó más remedio que aceptar lo imposible. "Se la cambiaron mientras dormía".
—Iré al médico —dijo.
—Terminarás en el psiquiátrico —le advertí.
"¡No es mía!" gritaba cada vez más convencido extendiéndome con asco su palma derecha.
Me senté a su lado en el piso del baño sin entender lo que estaba pasando. Seguramente era uno de esos sueños extraños que tengo con regularidad.
Tal vez un "mal viaje" a causa del ácido de la noche anterior.

—Córtala— dijo firmemente.
—No puedo — balbuceé —nunca podría.
—Demuéstrame tu amor— me retó — ¡Córtala!
Agitaba su brazo con violencia frente a mí. "¡Hazlo!" me repetía. Me miraba con el rostro desencajado y lágrimas en los ojos. "¡No la quiero si no es mía!".
No estaba segura de que siguiéramos bajo el efecto del alucinógeno, me sentía bien, pero de pronto tuve la inmensa necesidad de ver satisfecho su deseo, de ver esa mano desprendida de su cuerpo.
— ¡Esta bien!— dije —Voy a ayudarte.
Lo dirigí a la cocina  a unos cuantos pasos del baño,  siempre hemos vivido en lugares pequeños. Una vez sentado y con el brazo extendido corté su circulación con la misma ligadura que suele usar para la heroína. Sujeté tan fuerte como pude y con el cuchillo más grande que encontré en la gaveta, comencé la amputación. Un corte profundo en la muñeca manchó en un segundo toda la mesa. Sin prestar demasiada atención a lo que hacía, perdí la mirada en la blancura del mantel siendo profanada velozmente por la rebelde  sangre que ensuciaba todo a su paso.
Cuando volví en mí, pude ver el pedazo de carne adornando la mesa ensangrentada, aún goteando y a mis pies su cuerpo inmóvil.
Hacían eco en mi cabeza gritos de dolor y locura que me producían una excitación perversa. Desgarré mi blusa para presionar su muñón que no dejaba de sangrar. A los pocos segundos recuperó la consciencia y viendo la mano ajena a su cuerpo soltó una carcajada sonora y enferma que me estremeció por completo, se contorsionaba de dolor y placer al mismo tiempo sin apartar la vista de su extremidad mutilada.
Cuando lo sujeté para tranquilizarlo noté que ardía en fiebre. Me pasé su brazo sano por el cuello para incorporarlo y llevarlo hasta el baño con la idea de medicarlo, al entrar al cuarto se apartó de mí y recuperó una extraña cordura. Caminó hacia el espejo del lavamanos mirando incrédulo su reflejo.
De pronto y sin darme cuenta, me recorrió una excitación sobrehumana por todo el cuerpo, su reacción ante el espejo me estremecía y en tan solo un segundo fui transportada a la cumbre de la locura, anticipándome a sus palabras:
—Ésta no es mi cabeza.