A penas desperté,
escuché sus gritos desde el cuarto de baño. Cegada aún por la intensa luz
matutina, me puse en pie rápidamente. Estaba en el suelo con la cabeza entre
las rodillas sollozando y murmurando algo apenas audible.
—Ésta no es mi mano
—soltó en cuanto notó mi presencia.
— ¿De qué rayos
hablas? —dije extrañada —Eso no tiene sentido.
—Es la de alguien más.
Seguro durante la noche me la cambiaron. —afirmaba —¡me dieron la de otra
persona!
—Claro que es tu mano.
¡Estás loco!
Pero tras darle un
vistazo de cerca y después de escucharlo tan convencido, no me quedó más
remedio que aceptar lo imposible. "Se la cambiaron mientras dormía".
—Iré al médico —dijo.
—Terminarás en el
psiquiátrico —le advertí.
"¡No es
mía!" gritaba cada vez más convencido extendiéndome con asco su palma
derecha.
Me senté a su lado en
el piso del baño sin entender lo que estaba pasando. Seguramente era uno de
esos sueños extraños que tengo con regularidad.
Tal vez un "mal
viaje" a causa del ácido de la noche anterior.
—Córtala— dijo
firmemente.
—No puedo — balbuceé
—nunca podría.
—Demuéstrame tu amor—
me retó — ¡Córtala!
Agitaba su brazo con
violencia frente a mí. "¡Hazlo!" me repetía. Me miraba con el rostro
desencajado y lágrimas en los ojos. "¡No la quiero si no es mía!".
No estaba segura de
que siguiéramos bajo el efecto del alucinógeno, me sentía bien, pero de pronto
tuve la inmensa necesidad de ver satisfecho su deseo, de ver esa mano
desprendida de su cuerpo.
— ¡Esta bien!— dije
—Voy a ayudarte.
Lo dirigí a la
cocina a unos cuantos pasos del baño, siempre hemos vivido en lugares pequeños. Una
vez sentado y con el brazo extendido corté su circulación con la misma ligadura
que suele usar para la heroína. Sujeté tan fuerte como pude y con el cuchillo
más grande que encontré en la gaveta, comencé la amputación. Un corte profundo
en la muñeca manchó en un segundo toda la mesa. Sin prestar demasiada atención
a lo que hacía, perdí la mirada en la blancura del mantel siendo profanada velozmente
por la rebelde sangre que ensuciaba todo
a su paso.
Cuando volví en mí,
pude ver el pedazo de carne adornando la mesa ensangrentada, aún goteando y a
mis pies su cuerpo inmóvil.
Hacían eco en mi
cabeza gritos de dolor y locura que me producían una excitación perversa. Desgarré
mi blusa para presionar su muñón que no dejaba de sangrar. A los pocos segundos
recuperó la consciencia y viendo la mano ajena a su cuerpo soltó una carcajada
sonora y enferma que me estremeció por completo, se contorsionaba de dolor y
placer al mismo tiempo sin apartar la vista de su extremidad mutilada.
Cuando lo sujeté para
tranquilizarlo noté que ardía en fiebre. Me pasé su brazo sano por el cuello
para incorporarlo y llevarlo hasta el baño con la idea de medicarlo, al entrar
al cuarto se apartó de mí y recuperó una extraña cordura. Caminó hacia el
espejo del lavamanos mirando incrédulo su reflejo.
De pronto y sin darme
cuenta, me recorrió una excitación sobrehumana por todo el cuerpo, su reacción
ante el espejo me estremecía y en tan solo un segundo fui transportada a la
cumbre de la locura, anticipándome a sus palabras:
—Ésta no es mi cabeza.