miércoles, 7 de enero de 2015

Tres


La puerta eléctrica de la cochera estaba a 20 cm del piso y nosotros ya nos habíamos fusionado entre besos y caricias. El calor aumentaba y mi deseo también. No sabia lo que pasaría y para entonces no era algo que me importara. 
No recuerdo el desastre, no recuerdo haber limpiado, no recuerdo muchas cosas que sé que pasaron. En mi mente solo quedaron grabados sus violentos besos, mi cuerpo contra el coche y sus manos apretando mis caderas, presionando mis pechos por encima de la ropa. Succionaba mi labio inferior, yo saboreaba su lengua y sentía que era arrancada de este mundo. Rozaba mi pelvis contra su entrepierna que para entonces ya se hacía notar y contoneaba la cadera provocándolo más y más. Mientras tanto en mi interior se desataba una guerra de sentimientos encontrados que decidí dejar para luego, para cuando mi ropa interior no estuviera mojada. 
"Quieres ir arriba?" Me preguntó con su voz grave, asentí con la cabeza sin dejar de mirarlo a los ojos, mientras me derretía por dentro. Subimos a toda prisa hasta una de las habitaciones donde inmediatamente tomó el control. Sostenía mi rostro entre sus manos y me besaba con fuerza. Llegamos a la cama locos de deseo. Yo estaba un poco confundida por lo dulces y a la vez sensuales que eran sus caricias. Pronto me vi tendida en la cama, a su merced. Me quitó la ropa violentamente, uno de los botones de mi pantalón salió volando, me desató el sostén con una sola mano y raudo se dispuso a saborear de la recompensa por dicha hazaña. Observó mis senos por un momento, presionó un poco con ambas manos, luego más fuerte... En un segundo tenía la cara sumergida en mi pecho, y yo sintiendo como se erizaba toda mi piel. Besaba mis pezones, hacia círculos con su lengua y luego los succionaba un poco. Yo estaba húmeda y quería más. Aunque luego fuera a arrepentirme, en ese momento nada importaba.

Se quitó la camiseta en un solo movimiento, mostrándome su pecho varonil y los músculos de sus brazos, quería rasguñar su espalda y a la vez llenarla de besos. Me miraba excitado, mientras yo acariciaba su entrepierna con una mano y tocaba su rostro con la otra, como asegurándome de que era real. Me penetró suave, sentía su miembro firme deslizándose en mi interior cálido y mojado, mi espalda se arqueaba involuntariamente cada vez que entraba en mí... me parecía un sueño verlo así, ver su cara, su perfecto cuerpo desnudo sobre el mío. Dándome tanto placer, haciéndome gemir pese a mis intentos por reprimirme... El mismo chico que me gustó por años, el mismo del café, el que me había besado hace a penas unas horas por vez primera, ahora me poseía extasiado, una y otra vez, haciéndome temblar... hasta que ambos llegamos exhaustos a la cumbre del orgasmo. 

Caímos rendidos uno en brazos del otro. Abrazados y desnudos, pronto perdimos la noción del tiempo. Con mi cabeza en su pecho, escuchando su respiración mientras me abrazaba tiernamente, me quede dormida. Luego él también se durmió. 

martes, 6 de enero de 2015

Dos


17 de Octubre, su cumpleaños. Una felicitación electrónica y abrazos a distancia, la invitación a la celebración, mera cordialidad. 
Llegado el día, nos vimos en el estacionamiento de un centro comercial. Tuve ganas de llevarle un regalo por ser su cumpleaños, aún pese a las advertencias de amigos que decían que hacerlo implicaba darle acuse de recibo sobre mi vida. "Quiero todo contigo" me decían que agregara en la tarjeta de regalo. Al final, ni yo tenía esa intención, ni él lo tomo de esa manera, resulta que somos más civilizados que el resto. Después del abrazo de agradecimiento más lindo y perfumado de la historia, la sorpresa y demás, nos dirigimos a su casa, donde ya se congregaba un montón de gente que no conocía, encontré refugio en un par de amigos que tenemos en común, estuve ahí, viéndolo a hurtadillas, y comprobando que también él me buscaba con la mirada. Más tarde me presentó a un par de amigos con los que congenié perfecto gracias a gustos exóticos en común. Estuvo conmigo el resto de la noche, apenas se apartaba para convivir un poco con el resto, pero volvía pronto para seguir la amena platica entre sus amigos y yo. 
Para ese momento lo único que yo quería era tenerlo cerca. Sin contacto físico, incluso sin hablar, la atracción era cada vez mas fuerte y yo no era muy buena para ocultar lo evidente. 
Tras encontrarlo solo y vulnerable cuando me dirigía al baño, le dije: "muéstrame el resto de la casa..." En una fracción de segundo ya estábamos escaleras arriba. Creo que me mostró la casa completa, a decir verdad solo recuerdo haber llegado a la terraza. Ahí nos aguardaba el inmenso cielo estrellado, un paisaje hermoso mostraba las luces de la ciudad brillando a lo lejos y en medio de la oscuridad una farola encendida que me hacía pensar en Venecia con su débil luz complementando el romántico escenario que la noche nos había preparado especialmente a nosotros dos. 
Me acerqué al balcón para sentir el aire frío en la cara, al volverme lo descubrí observándome a unos cuantos pasos de mí. Le sonreí y se acercó un poco más, me tomó por el cabello y me besó con tanta pasión que no pude ni quise hacer nada. Me rendí a sus labios que envolvían intensamente los míos, a sus manos que me tomaban con tanta fuerza como si no quisieran soltarme nunca. Sin decir una palabra nuestros labios habían firmado un pacto, una sentencia. Ese instante pasaría a formar parte de nuestra historia. El momento en que me besó en el frío de la noche, bajo aquella farola de Venecia. 

De vuelta a la realidad, dos pisos abajo, noté que aún estando apartado me lanzaba una mirada de complicidad que yo disfrutaba demasiado, porque sabía que nadie mas la entendía, porque sabía que su corazón se aceleraba al verme y revivir ese beso, al igual que el mío. 
Aquella fiesta distaba mucho de terminar pese a que estaba ya muy entrada la noche. Sus amigos seguían tomando y él portándose siempre a la altura, desaprobando la guerra de testosterona que involucraba shots de tequila. Mi alma suplicaba por un momento más a solas con él. Un momento que no llegó. 
La luz de la mañana nos sorprendió a todos, unos menos sobrios que otros, pero todos felices y satisfechos. Después de involucrarme no se de qué manera en una campal búsqueda de almuerzo fallido, había llegado la hora de despedirnos. 
Y mi alma seguía rogando ese momentito para saciar su sed, para reafirmar lo que la noche anterior esos labios le habían concedido. Para saber que no había sido solamente un sueño.
Me dijo que me llevaría a mi casa, que luego volvería para limpiar un poco el desastre de la fiesta. Yo, siempre atenta, le ofrecí mi ayuda y él después de darle vueltas (aunque no muchas), aceptó. 
Y en mi rostro se dibujó esa sonrisa, que solo viene en ocasiones especiales...

lunes, 5 de enero de 2015

Uno


Honestamente no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Era un chico que siempre había llamado mi atención, no solo porque fuera bien parecido, además porque tenía una virtud que había visto muy pocas veces en un hombre tan joven... Sabía amar. 
Después de haberme enterado que por fin estaba soltero y en la misma ciudad, decidí que era momento de enloquecer un poco, no es nuevo para mi tomar decisiones extravagantes como ser la que invite un café a un chico, así que lo hice. Y cuando aceptó, sinceramente no sabía que esperar, o mejor dicho, no tenía ninguna expectativa, por eso me sorprendió enormemente descubrir que mis manos temblaban camino a la cafetería. Cuando conseguí un poco de autocontrol y repasé mentalmente todos los gestos y movimientos que tenía que evitar para que mi expresión corporal no delatara mi ya de por si obvio nerviosismo, me acerqué al lugar acordado y lo vi ahí sentado con esa mirada seria que ya antes había visto y que sabía tan distante a mi realidad. Nos sonreímos, nos saludamos con el socialmente aceptado roce de mejillas y nos enfilamos para ordenar nuestras bebidas. Soy una mujer peligrosamente independiente, y al momento de pagar saqué mi cartera sin pensarlo, pero él ya extendía el efectivo a la chica tras el mostrador. Lo que realmente me cautivó fue el comentario con el que acompañó su gesto: "Ésta vez yo invito". Música para mis oídos. Había dos connotaciones en una frase tan breve y ambas me gustaban muchísimo. La primera y más evidente decía "doy por sentado que nos volveremos a ver" y la segunda y aún más dulce "me importa quedar bien, pero no te acostumbres". Mi vaso aún estaba lleno y yo ya amaba a ese hombre. 

Si algo aprendí de las comedias románticas es "no seas el paño de lagrimas de tu nueva cita", pero las cosas fluían tan sutilmente que dejé de prestar atención a las reglas que debía seguir y desahogué mis males entendiendo los suyos, y pronto ambos hablábamos ya de cosas más productivas, de su manera de pensar, de lo mucho que teníamos en común, de lo poco que necesitábamos una pareja nueva en nuestras vidas, de lo bien que se está siendo soltero y ese tipo de cosas que ahora recuerdo y me duele el abdomen de tanto reír. Después de la destrucción total de la tapa del café, del popote y la servilleta y del golpeteo repetitivo de su rodilla, además del movimiento excesivo de manos y la cantidad de veces que se llevaba la mano a la cabeza para rascarse vigorosamente, asumí que estaba nervioso y mágicamente gané terreno, me pareció adorable verlo en apuros y mi inseguridad desapareció por completo.

Caminamos por el centro comercial uno cerca del otro hablando de todo y de nada, riendo como hacía tiempo no lo hacía. Sintiéndome ridícula por actuar como una niña involuntariamente. Nos sentamos en una banca frente a una isla de una agencia de viajes. Los temas triviales estaban a la orden del día. Casualmente por esos días tuve un episodio de ansiedad y estrés que me dejó con la piel muy irritada. Tomó mi brazo y me dijo de que se trataba, resulta que el hombre era un erudito en el tema. Ahora lo sé, pero en ese momento no escuche ni una sola palabra. Me deje llevar por esa extraña sensación que me empezaba a hormiguear en todo el cuerpo. Cuando terminó de revisarme puso su mano en mi rodilla con una extraña familiaridad, pero pronto la apartó, pensando tal vez, en que no era muy adecuado. Para entonces mi hormigueo estaba a tope y mi reacción fue abrazarlo, a lo que respondió rodeando mi espalda y dando un par de golpecitos en mi hombro.