martes, 6 de enero de 2015

Dos


17 de Octubre, su cumpleaños. Una felicitación electrónica y abrazos a distancia, la invitación a la celebración, mera cordialidad. 
Llegado el día, nos vimos en el estacionamiento de un centro comercial. Tuve ganas de llevarle un regalo por ser su cumpleaños, aún pese a las advertencias de amigos que decían que hacerlo implicaba darle acuse de recibo sobre mi vida. "Quiero todo contigo" me decían que agregara en la tarjeta de regalo. Al final, ni yo tenía esa intención, ni él lo tomo de esa manera, resulta que somos más civilizados que el resto. Después del abrazo de agradecimiento más lindo y perfumado de la historia, la sorpresa y demás, nos dirigimos a su casa, donde ya se congregaba un montón de gente que no conocía, encontré refugio en un par de amigos que tenemos en común, estuve ahí, viéndolo a hurtadillas, y comprobando que también él me buscaba con la mirada. Más tarde me presentó a un par de amigos con los que congenié perfecto gracias a gustos exóticos en común. Estuvo conmigo el resto de la noche, apenas se apartaba para convivir un poco con el resto, pero volvía pronto para seguir la amena platica entre sus amigos y yo. 
Para ese momento lo único que yo quería era tenerlo cerca. Sin contacto físico, incluso sin hablar, la atracción era cada vez mas fuerte y yo no era muy buena para ocultar lo evidente. 
Tras encontrarlo solo y vulnerable cuando me dirigía al baño, le dije: "muéstrame el resto de la casa..." En una fracción de segundo ya estábamos escaleras arriba. Creo que me mostró la casa completa, a decir verdad solo recuerdo haber llegado a la terraza. Ahí nos aguardaba el inmenso cielo estrellado, un paisaje hermoso mostraba las luces de la ciudad brillando a lo lejos y en medio de la oscuridad una farola encendida que me hacía pensar en Venecia con su débil luz complementando el romántico escenario que la noche nos había preparado especialmente a nosotros dos. 
Me acerqué al balcón para sentir el aire frío en la cara, al volverme lo descubrí observándome a unos cuantos pasos de mí. Le sonreí y se acercó un poco más, me tomó por el cabello y me besó con tanta pasión que no pude ni quise hacer nada. Me rendí a sus labios que envolvían intensamente los míos, a sus manos que me tomaban con tanta fuerza como si no quisieran soltarme nunca. Sin decir una palabra nuestros labios habían firmado un pacto, una sentencia. Ese instante pasaría a formar parte de nuestra historia. El momento en que me besó en el frío de la noche, bajo aquella farola de Venecia. 

De vuelta a la realidad, dos pisos abajo, noté que aún estando apartado me lanzaba una mirada de complicidad que yo disfrutaba demasiado, porque sabía que nadie mas la entendía, porque sabía que su corazón se aceleraba al verme y revivir ese beso, al igual que el mío. 
Aquella fiesta distaba mucho de terminar pese a que estaba ya muy entrada la noche. Sus amigos seguían tomando y él portándose siempre a la altura, desaprobando la guerra de testosterona que involucraba shots de tequila. Mi alma suplicaba por un momento más a solas con él. Un momento que no llegó. 
La luz de la mañana nos sorprendió a todos, unos menos sobrios que otros, pero todos felices y satisfechos. Después de involucrarme no se de qué manera en una campal búsqueda de almuerzo fallido, había llegado la hora de despedirnos. 
Y mi alma seguía rogando ese momentito para saciar su sed, para reafirmar lo que la noche anterior esos labios le habían concedido. Para saber que no había sido solamente un sueño.
Me dijo que me llevaría a mi casa, que luego volvería para limpiar un poco el desastre de la fiesta. Yo, siempre atenta, le ofrecí mi ayuda y él después de darle vueltas (aunque no muchas), aceptó. 
Y en mi rostro se dibujó esa sonrisa, que solo viene en ocasiones especiales...

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