jueves, 26 de marzo de 2015

Expiación

—Escucho tu llanto. 
No podía verle, su brillo era cegador, pero sabía que era real. Todos lo sabían. 
—No temas —le decía aquella figura luminosa al oído. Su voz era dulce, reconfortante. 
—Llevaré tu carga, aliviaré tu sufrimiento —susurraba compasiva —ven a refugiarte bajo mi manto. 
El hombre impaciente por ver cumplido su propósito se arrodilló de inmediato. 
—Ahora eres mi hijo. —sentenció.  Su tono era lúgubre. La luz de su cuerpo atenuaba lentamente hasta apagarse por completo, mostrando los afilados dientes de la bestia. 
En la penumbra resplandecía la luna, amarilla como sus ojos que le miraban indicándole el camino. 
Tomó el libro sagrado y lo abrazó con fuerza. 

Sentado sobre el asfalto vertió la botella de aceite sobre su cabeza y procedió sin titubear un segundo: 
—No recen más por mi alma. 
Luego ardió. 

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