La amó, es verdad, fue un amor a manos llenas,
rebosante de alegrías y emoción. Cuando el amor llega, la sonrisa es la
evidencia. Pero pasaba el tiempo y en su rostro solo se percibía un esbozo
forzado, una retorcida línea que develaba falsedad.
“El amor es eterno”, le habían enseñado y se negaba a creer
lo contrario. Y así, con el cabello enredado y la ropa del trabajo, se
arrastraba hasta casa de ella y le juraba un amor que menguaba evidentemente,
de la misma forma que el desencanto de su sonrisa al escuchar su llegada.
Las cosas jamás tuvieron que ser así. Tal vez ese amor nunca
debió empezar, en primera instancia. Pero ella lo llevó a consumarse y sin
saberlo, desde el principio, ese era su destino… consumarse.
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